martes, mayo 09, 2006

Instrucciones para vivir sin piel
(fragmento)

Novela aún inédita en español, publicada por editorial Cénomane, de Le Mans, en 2004, en traducción de Thierry Davo.




Lo que usted en realidad intenta entender es de qué se trata el nudo en la garganta que esconde detrás de esa sonrisa implacable, la que les dedica a amigos —usted no tiene amigos— y amantes eventuales, la sonrisa que durante toda la vida ha ensayado frente al espejo: esa estructura formada por huesos, músculos, nervios y alma que le sirve para salir a la calle con pasos largos y regresar con un suspiro de alivio: la expresión de los ojos bien modulada, las mejillas distorsionadas de manera suavemente asimétrica, un leve alzamiento de cejas y los dientes puros como la conciencia de un ángel, aunque la historia de los ángeles demuestra que ese blanco es más cosmético que espiritual.
Usted no habla de lo que verdaderamente desea hablar. Negocia, y lo hace con cierta gracia. Negocia con su silencio. No dirá nada que no sea estricta respuesta a lo que se le pregunte, y aun así será necesario usar pinzas o martillos para obtener lo que por otra parte no necesitamos obtener: no es nuestra necesidad el que usted hable, y es bueno que lo sepa. Nuestra misión es otra, si puede hablarse de misiones o de obligaciones, si puede hablarse de hacer cosas más allá de nuestra voluntad, si lo nuestro es voluntad y no algo más profundo y básico, como para usted lo es comer, o como lo son reír y soñar para los demás mortales. (Usted es mortal.)
Aunque necesite decir ciertas cosas, sus intenciones, como las de todos los que llegan aquí, son las de no decir nada. Es un juego: vino para deshacerse de la verdad —de ese nudo que lo ahoga—, pero si es posible mentirá, o dirá de los Grandes Hechos de Su Vida como si fueran poca cosa, magnificará lo que no tiene importancia, ocultará intenciones y pasiones. Y si triunfa —es decir: si fracasa y no habla— se sentirá satisfecho, aunque no feliz, porque tampoco se trata de ser feliz. En ningún caso será feliz. Aunque diga todo lo que es necesario que diga, aunque le arranquen la piel, no será feliz. Y no importa si habla o no, porque de cualquier manera obtendremos lo que queremos: sus secretos, que son el mapa de su alma, la guía para llegar a cualquier rincón de su alma.
Aquí su intimidad no tiene valor, sino sus deseos y sus esperanzas. Aquí su traje sastre —ese escudo— es apenas un preludio para la desnudez. Aquí, sin embargo, sus zapatos y su ropa interior no sufrirán de manchas ni salpicaduras. Tampoco su cabello. Ni siquiera su alma.
Sépalo: sus movimientos serán minuciosamente registrados y analizados. Nadie juzgará su manera de defecar o de satisfacer las exigencias de su cuerpo, sus pequeños vicios, sus grandes vacíos; somos observadores discretos. Sólo queremos las claves de su alma.
Cada quién desea algo diferente: fama, conciencia, poder, seguridad, reconocimiento. Usted desea que desaparezca ese nudo en la garganta. Usted quiere vomitar, y por eso llegó hasta nosotros. No obtendrá placer de ello, pero si lo logra podrá dormir sin miedo a la asfixia y salir a la calle sin sentir que todo lo que entra por sus ojos y sus orejas, por su piel —la piel, no obstante, es un tema aparte—, se deposita en su garganta como el tapón de pelo y grasa que obstruye la tubería de un lavabo.
No piense en psicoanálisis. El psicoanálisis intenta exterminar los cadáveres del alma y promete una felicidad más grande cuanto más intenso sea el dolor necesario para llegar a ella. Promete el purgatorio: un infierno provisional ante el cual el tedioso panorama de una eternidad de cantar salmos ante un ser indiferente es la felicidad. Pero ¿quién desea ser feliz? Y ¿quién puede ser lo que es, lo único que puede ser, sin sus cadáveres? No sólo sin esos cadáveres tan frescos y rozagantes que dan ganas de besarlos porque todavía tienen el calor del último aliento entre los dientes; no sólo los que ya son hueso y casi ceniza, tan antiguos que resultarían decorativos en los mejores salones, sino los que están en pleno florecimiento, que bullen de colores y bacterias, que revientan en pústulas y destellan olores enloquecidos. Ésos son los únicos que remueven el alma y los recuerdos y obligan a pensar en otra cosa, a pensar en serio, a buscar caminos y motivos, a huir.
Quizá la imagen de los cadáveres le parezca vulgar, pero es porque la gente (por favor, piense entre comillas: “la gente”) ha tenido una influencia negativa sobre usted. Y es “la gente” —ese animal estúpido— la que ha decidido por usted al escoger entre la muerte —sus cadáveres— y un sentido más profiláctico de la vida, con buen aliento por las mañanas, fútbol y algunas cervezas los domingos. Por eso está seguro de que ciertas cosas saben bien si se preparan de cierto modo y con ciertos condimentos, que saben mal si presentan cierto aspecto o si provienen de ciertas fuentes; que ciertos colores no son los adecuados para ciertas cosas, que el olor de los cadáveres es nauseabundo, para qué hablar de su posible sabor que, visto desde la perspectiva de las hienas, nada tiene de malo; que la materia fecal debe ocultarse y acaso negarse, y que el fin último de las cosas —llámelo corrupción o entropía— es una visión terrible: hasta en la filosofía el pudor y el asco son más fuertes que la necesidad de saber.
Si mira un poco más hacia el fondo de sus deseos, se dará cuenta de que también se regocija encerrado dentro de sí mismo, en compañía de miles y miles de cadáveres, uno por cada acto de su vida, uno por cada instante de placer y de angustia, de lujuria y de ira. Y esos cadáveres son su vida. Si lo olvida no tendrá más que volverse loco o quitarse la vida —hay técnicas notables en las que podríamos instruirlo—, o quizá la peor de las posibilidades, la que le ofrece el psicoanálisis: la paz del espíritu.
No es la paz lo que usted busca, ni nadie, aunque así se proclame en cantinas, iglesias y en la soledad del baño. La paz es estupidez. La paz es inmovilidad. La paz es la falta de ideas útiles. Ideas útiles: las que hacen vivir convulsivamente, con dignidad. Las que le crean insomnio de vez en cuando y talvez, si se descuida, lo hacen llorar hasta que el vacío —no la paz— se convierte en sueño y al despertar disfruta la dulce impotencia de pensar en su nombre como en un dato sin sustancia.
Puede vomitar sus cadáveres, pero no olvidar el placer o el terror de recordarlos y regocijarse en su olor y sus texturas. Y su sabor, claro, el sabor único de la carne de su propia especie. Sólo vale la pena vomitar si su objetivo es hacer espacio para que otros cadáveres —más frescos, más apetecibles— ocupen el lugar de los anteriores: renovarse es necesario.
No diga que esos cadáveres no son suyos, que los encontró tirados en la cocina de su casa, junto a su refrigerador, y sintió pena ante la idea de deshacerse de ellos y por eso los archivó, muy bien clasificados, en el único lugar donde podían tener calor, algo de humedad, contacto humano: su garganta. Usted asesinó a cada uno de sus muertos. Usted los dejó a la intemperie para que se los comiera el sol, o los envolvió en cal o los arrojó al mar, el lugar donde los cadáveres, después de algunos días, muestran sus posibilidades más interesantes.
El psicoanálisis desea con desesperación que usted se deshaga de sus cadáveres y los sustituya por una paz sin sepulcros, con lo que usted se convertiría en un cementerio sin muertos, una imagen harto patética. Hay algo esencial en un alma que sea como una ciudad después de la peste, igual de quieta, igual de agitada e igualmente bella.
Puede pedir más que eso, o mucho menos, pero no valdría la pena.

18 comentarios:

Anónimo dijo...

Admiro la forma como podes expresar la difícil maraña de los sentimientos humanos, cuando el mundo es solo lo que vos queres que los demás vean. Es abrumador cuando alguien quita la máscara y deja el alma al descubierto

Anónimo dijo...

Por cierto, no solo debí escribir que era abrumador, es como cuando te remueven escombros de recuerdos enterrados… un cementerio o la olvidada habitación de un hotel de lujo… no sabes si te lo inventaste o si pasó... creo que estoy hilvanado cosas que me despertaron al leer tu historia. Es increíble el poder de las palabras.
Me gusta mucho tu escrito.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Como diría Boris Vian, creo que en La espuma de los días: "Esta historia es real. Lo sé porque me la acabo de inventar."
Real, no es. No sé si podría vivir con algo así. Pero es real, porque todos tenemos que vivir con eso en alguna ocasión, y a veces siempre.
Gracias por el comentario. Le diste al clavo en algo en que no había pensado: "...cuando el mundo es sólo lo que vos querés que los demás vean." Allí está, al parecer, el eje de la literatura: que el mundo (o el universo) sean sólo lo que uno quiere que el lector vea o --menos soberbiamente-- lo que está escrito. Hay mucho que reflexionar por ese lado.

Anónimo dijo...

Gracias por responder, solo tengo una pregunta… quizás suene ingenua, pero como sabes que algo que escribiste se ha terminado.
Veras estoy escribiendo (cuentos) y cada uno habla de una misma persona, pero ya no se como detenerlo.
Siento que él quisiera decir algo pero aun no se que es y pienso que ya es suficiente de sus historias.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Híjole... Es una muy buena pregunta. Esquemática y tautológicamente, el texto empieza donde empieza y termina donde termina. Esto es: comienza donde tiene sentido comenzar y termina cuando ya no tienes nada que decir.
Generalmente un cuento empieza en un momento crucial: cuando el equilibrio se rompe para el (o los) personaje (o jes). El desarrollo es una búsqueda de un nuevo equilibrio, y el desenlace tiene que ver con el momento en que este equilibrio se encuentra... o algo así.
Pensando en Cortázar, en algún momento cambia la relación entre el personaje y el universo. En el momento en que se encuentra la nueva y verdadera relación, se acaba el texto; lo que siga sería aburrido. En parte porque en Cortázar esta nueva relación es la abolición del personaje, no pocas veces la muerte. Igual en Poe, que es el maestro, y sin duda en Quiroga, que es uno de los profetas más notables.
En suma, cada relato tiene sus propias reglas. Si quieres date una vuelta por La Casa del Escritor (si vives en EL Salvador) y los vemos. Domingos a las 3 de la tarde. Nomás pregunta por mí.

Anónimo dijo...

mmmmm…no creo que sea buena idea ir (si, vivo en El Salvador), ¿pero talvez pueda enviarte mis escritos a algún lugar?
Estoy en stand by , en realidad escribo sobre alguien muy importante para mi y siento que ya no se que más decir de él. ¿Podes leerlos y darme tus sugerencias? Te lo agradecería mucho.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

¿Por qué no sería buena idea? No veo un motivo.
Mándame el trabajo, pero hay una condición: envíame un mail con tu nombre y apellido reales. La dirección es casadelescritor@navegante.com.sv
Creo que escribir es una responsabilidad, y lo menos que se puede hacer es poner el nombre real. (No aquí, que es otro juego. En el mail que me envíes.)
Espero, pues.

Anónimo dijo...

JAJAJA Asi que esto es solo un juego, me encanta jugar.
Hoy que llegue del trabajo te envío mis escrtos.
No creo que no sepás quien soy, pero no creo poder ir a la casa del escritor, porque cuandome veas no creo que te de mucho gracia (jajajaja)...solo bromeo

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Espero los trabajos, aunque está fallando el correo de Navegante. Por si las dudas, mándalos también a rafael.menjivar@gmail.com
Y no creo que me moleste quién seas, si no te conozco y no me has hecho nada; lo apriorístico no se me da mucho. Lo importante es la literatura, ¿no?

Anónimo dijo...

SI, ES VERDAD. ME INTERESA MUCHO QUE LEAS MIS CUENTOS. YO LLEGO A MI CASA LAS CUATRO PASADAS, YO TE LOS MANDO. Y SOLO ESTOY JUGANDO CON VOS...JAJAJAJA, ES BUENO REIRSE DE VEZ EN CUANDO

Anónimo dijo...

YA MANDE MIS CUENTOS AL CORREO DE LA CASA DEL ESCRITOR, SI NO TE LLEGARON FAVOR DECIME.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Ya me llegaron los cuentos, y ya respondí tu mail. Este fin de semana los veo. SSaLudos y es un gusto saber de ti nuevamente.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

A Usuario Anónimo: Anoche leí tu texto. En general, muy bien. Bastante bien. Notablemente bien. Se nota que hay bastante trabajo de escritura y corrección. Hay ajustes, pero son cosas que se resuelven fácilmente.
Sabía que iba a ser un buen texto, je.

Anónimo dijo...

GRACIAS POR EL COMENTARIO, PERO NO ME CAYO EL CORREO DONDE ME DECIS QUE DEBO MEJORAR, COMO VEO QUE YA SABES QUIEN SOY ...JAJAJAJA... TE ESCRIBIRE UN CORREO Y PORFA DECIME COMO DEBO HACER LAS CORRECCIONES, RECORDA QUE NO SE NADA DE SER ESCRITOR (MIRA QUE PERSONA MAS PRETENCIOSA, SOY...JAJJAA ESCRITOR!!!)PERO TE AGRADEZCO TU OPINION, NO HE VISTO COMO ESTA LA REDACCION PERO DECIME COMO LA MEJORO.SE CONCRETO QUE DESPUES NO ENTIENDO...JAJAJA

Anónimo dijo...

Buenísimo!!!Me lo leí de corrido. Domingos a las 3 de la tarde... Anoto... qué bus me lleva?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

La ruta 12 o la 17. Se toman a dos cuadras detrás de la Biblioteca Nacional. Es una cuadra antes de llegar al Parque Balboa. Si tomas la 12, te bajas en la iglesia de Fátima, y unos pasos adelante, casi enfrente, está La Casa. Si tomas la 17, te bajas en el triángulo y caminas dos cuadras hacia el Parque Balboa, o terminas en Panchimalco o Rosario de Mora.
Por allí vamos a estar.

Anónimo dijo...

Ya no pude ir... cuestión de la tesis maldita (pero que me dará mi título)... intentaré el otro domingo :D

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Allí estaremos. Y, si no, el siguente.