lunes, julio 02, 2007

Los motivos

Publicado en la revista Hablemos, San Salvador, 1999.





1. MOTIVOS PARA EL AMOR.

Ella le arranca el ojo que le queda y las carcajadas suben por la escalera, se deslizan por la alfombra del pasillo y se alzan ante el espejo del baño, que no refleja a nadie.
Él, ya sin ojos, se da cuenta de que no podrá verse en ese espejo cada vez que se afeite, y las carcajadas se hacen más fuertes aún.
Ella le arranca un brazo, luego un riñón. Las mandíbulas les duelen de tanto reír.
Ella le arranca la boca y él calla para siempre.
Ella le pregunta qué pasa. Él no responde.
Ella llora: ¿en qué ha fallado?
Él la consuela en silencio. Ella lo besa.


2. MOTIVOS PARA EL DESAMOR.

Él le patea las costillas. Ella sonríe y logra respirar sin perder la secuencia natural de su aliento.
Ella le dice que le ama.
Él le da un beso en la frente y la alza del piso, jalándola de ese cabello luminoso que le gusta como nada en el mundo.
Él la arrastra hasta la cama. Ella grita con llanto: su fémur está roto desde hace una semana.
Duermen.
Siguiente día: él la ignora durante el desayuno. Ella se va de casa. Él la extraña.


3. SU MANO IZQUIERDA.

–Uno –cuenta, y alza el meñique.
Todas las aves caen del aire y de los árboles, de los campanarios y las cornisas. El cielo deja de tener sentido, y los cazadores, y los silbidos casuales de los adolescentes que salen de la escuela.
–Dos –decreta, y alza el dedo anular, aprisionado por un anillo de matrimonio.
El sol se apaga, y se apaga el brillo de todos los ojos. Ya no hay espejos. Las luciérnagas vuelan con la urgencia de los ciegos.
–Tres –solloza, y alza el dedo medio.
El mar se hunde en la arena; los ojos se secan. Ya no hay barcos ni remos. Los marineros buscan una tubería, una fuente, una fosa séptica, y sólo encuentran sus propias manos resecas.
–Cuatro –grita, y alza el índice.
Los relojes se detienen. Las campanas se desploman. Las sillas se quiebran. Los perros ya no aúllan. Los timbres y las sirenas ya no suenan.
–Cinco –susurra, y alza el pulgar.
El aire –tan sólo queda el aire– lleva su última palabra hasta los oídos sordos de todos los hombres y mujeres. Nadie ha contestado a su ultimátum.
Cierra los dedos en un puño y regresa a casa. Cuenta los pasos como quien cuenta un cuento. Llora aire. No escucha el eco de sus pasos porque ya no hay eco, sólo el viento.
No ha regresado a quien llamaba. Tampoco regresará.
Duerme. Mañana no será otro día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Emmanuel Pocasangre

y que pasari con la mano derecha ?
jaja muy bueno
me ire contando(ups! gerundio)a la casa.