domingo, junio 10, 2007

Claudia Hernández o la renovación del cuento

Publicado en Centroamérica 21 en junio de 2007.




Aunque la obra de la cuentista salvadoreña Claudia Hernández aún está en elaboración, sujeta al tiempo que le falta dentro de la creación (tiene 32 años de edad), desde que comenzó a publicar relatos sueltos en el Suplemento 3000 y la revista Hablemos, a finales de los noventa, ha sido claro que se está ante un fenómeno de replanteamiento no sólo de aspectos del cuento, sino del género mismo.
Cuando se habla de su obra –y en la mayoría de ocasiones de buena voluntad– se la liga a Julio Cortázar de manera mecánica. Quienes lo hacen se basan en factores externos: la recurrencia de “lo fantástico”, la agilidad de los relatos, un sentido del humor fino, a veces negro, siempre efectivo, y la creación de atmósferas poderosas.
Su primer libro, Mediodía de frontera (DPI, San Salvador, 2002, republicado en Piedra Santa, Guatemala, 2007, como De fronteras) recoge, entre otros, los trabajos aparecidos en suplementos, y reúne una muestra de su obra escrita entre sus 21 y 25 años de edad. En él se muestra ya algo más que la intención de contar historias o jugar con las formas y estructuras conocidas, y más bien arma un universo en el cual caben personajes extraños, de una ternura que vista desde fuera podría parecer cruel, y juega con situaciones inéditas o enfoques bastante particulares para tratar temas cotidianos.
Las “fronteras” del libro son múltiples: las que están dentro de cada personaje, las de la habitación o la casa que habitan y los habita, las que hay de una persona a otra. Hay quienes han querido encontrar en los relatos de este libro una visión metafórica de El Salvador de la última etapa de la guerra y de posguerra, y no se trata de una hipótesis desacertada; la aparente locura de sus situaciones y personajes, contrastada con la realidad salvadoreña, a veces parecería más un retrato en sepia que una invención.
Quizá los textos más importantes de este libro sean “Melissa: Juegos 1 al 5”, y “Hechos de un buen ciudadano”, antologados ambos en diversas ocasiones e idiomas, así como “Demonio de segunda mano”, con el cual ganó el premio “Juan Rulfo” de Radio Francia Internacional.
Claudia Hernández reconoce a Hans Christian Andersen como la primera y más poderosa. Es más fácil encontrar similitudes entre sus primeros cuentos con “La sirenita” (la versión no expurgada) o “La reina de las nieves” que con los textos casi teóricos de Cortázar.
Su segundo libro, Otras ciudades (publicado antes que Mediodía de frontera, Alkimia, San Salvador, 2001), es más bien una obra de transición, de búsqueda de posibilidades y estructuras. Tiene cuentos bastante notables, como “El color del otoño” (un día del año, todas las mujeres llamadas Margarita intentan suicidarse), junto con algunos textos complejos y experimentales y otros que casi son estampas. Aunque todos los cuentos son de buena calidad, el libro es heterogéneo, y más bien constituye una “colección” de textos dispares.

UN PARÉNTESIS (IM)PERTINENTE
La literatura es un animal de costumbres. Tiende a seguir caminos seguros, probados –a veces desgastados– por decenas y centenares de escritores que encuentran medios de expresión válidos, efectivos y duraderos en los hallazgos de algún antiguo y solitario hilvanador de historias o metáforas.
Siempre hay innovadores en el escenario, gente que encuentra otros modos de expresión, que explora técnicas originales, ciertos giros en las temáticas o el manejo de personajes, pero rara vez aparece alguien que ponga en cuestión un género completo, que cree una tendencia, ante cuya obra uno no sepa qué pensar.
La literatura es tan reacia al cambio que el creador del cuento moderno, Edgar Allan Poe, se encuentra a siglo y medio de distancia, un tiempo muy largo o muy corto, según el ángulo que se escoja. Se menciona también a Maupassant, nacido cuando Poe ya habia muerto, como creador del cuento moderno, pero se sujetaba a estructuras mucho más sencillas, superadas por el norteamericano, en las que a veces el simple planteamiento del tema es el cuento.
Poe dio complejidad y profundidad al género, esa perfecta forma “esférica” que Cortázar –su nieto literario y traductor– propugnaba como ideal. Con Poe ya no se trataba simplemente de contar historias, al estilo del Decamerón, de Giovanni Bocaccio, o Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, donde lo maravilloso estaba en las historias, sino de la creación de realidades alternas completas, vistas desde los ojos de personajes que no pretendían ser copia fiel de los humanos “reales”, sino entes literarios, sumergidos en universos literarios, con vidas creíbles, pero por completo literarias.
De Poe a Horacio Quiroga –otro de los parámetros del género– se recorrió mucho trecho y experimentación, con pocos cambios notables. Joyce, Lawrence, Anaïs Nin (la de Delta de Venus), Hemingway, jugaron, en tiempos de Quiroga, con estructuras alternas a las trazadas por Poe, más ligadas a la novela, con aportes fundamentales, pero sin definir nuevos lineamientos.
Si Poe creó el cuento como lo concebimos ahora, Quiroga “fijó” su forma. En general los cuentos de Poe exploran en las interioridades de personajes atribulados, siempre excepcionales. Quiroga, por su parte, pone a gente ordinaria a lidiar con entornos o situaciones extraordinarias. Si se quiere, “objetiviza” el cuento: lo saca de la psique de los personajes y lo coloca en un mundo externo a éstos, siempre bajo el entendido de que lo que hay es la creación de universos radicalmente diferentes al nuestro, aunque se parezcan tanto.
Y luego aparece Julio Cortázar, la cúspide del cuento dentro de esa vertiente. (Hay que advertir que la “línea Maupassant” sigue vigente, aún se recurre a los modos de Chaucer y Bocaccio y la experimentación no se ha detenido en las fronteras del cuento; García Márquez, Borges y Rulfo son ejemplos citables.)
Por facilidad descriptiva, se ubica a Poe, Quiroga y Cortázar dentro de la “literatura fantástica”, y ya sabrán los académicos a lo que se refieren. Visto desde un ángulo más cercano a la creación, lo que hacen es ficción de muy alta calidad, en la que “lo fantástico” es cotidiano, y sus reglas están bien claras. Y si bien la ficción es, por definición, la negación de la “realidad real”, es también, por contraste, su afirmación: en esos mundos paralelos y coherentes podemos ver, magnificadas, las cosas de nuestro entorno y conocerlas mejor. Esto no definiría la validez de una obra literaria, pero es uno de los aspectos que hacen que ciertos autores y obras sean atractivos más allá de la gana de pasar un buen rato de ocio frente a un libro.

OLVIDA UNO
El tercer libro publicado por Claudia Hernández es Olvida Uno (Índole Editores, El Salvador, 2005; segunda edición corregida en 2006). Es en él donde se aprecian con claridad los replanteamientos de la autora con respecto al género, de los que había fuertes vislumbres en los anteriores.
Si ha de describirse en pocas palabras, Olvida uno es un libro de historias entrecruzadas de inmigrantes que viven en Brooklyn, provenientes de todo el mundo, gente sin nombre que puede encontrarse trabajando en cualquier cafetería, limpiando un departamento ajeno, sobreviviendo en una construcción... Unos esperan volver a su país, otros saben que no volverán, unos más esperan un golpe de suerte. Amor, interés, locura, prejuicios, solidaridad, pequeñas traiciones, todo lo que hace a los seres humanos, y en especial a ésos, a los otros, están perfilados en sus diez relatos.
La estructura de la mayoría está trastocada, sin caer en la fórmula del “cuento novelado” o la “micronovela”, y ésa es una de las principales innovaciones. Los cuentos comienzan de manera más o menos convencional, pero no siguen el esquema de planteamiento, desarrollo y desenlace, sino “otro”. El final de la historia puede venir a la mitad del relato, y luego se arma uno nuevo que quizá no concluya; o lo que parece una “estampa” es en realidad un cuento de gran complejidad. No es que sea difícil leerlos; es que en ocasiones no hay muchos parámetros para terminar de comprender cómo están armados, ante lo cual queda el rechazo –y perderse de algo novedoso– o la aceptación, sin puntos intermedios.
Otra característica son los personajes, todos anónimos, pero cada uno con voz y características propias. El mejor ejemplo es el relato “La han despedido de nuevo”, el más largo de la serie y eje del libro, que habla de una mujer que cambia de trabajo a cada momento para que no descubran que sufre de alucinaciones y, quizá, de esquizofrenia. Decenas de personajes pasan por sus páginas, todos con las mismas obsesiones: tener un trabajo mejor, una pareja estable o al menos adinerada, una green card, etcétera. Sin que la autora dé muchas referencias, en ese interminable monólogo de un ser colectivo, cada vez que un personaje habla el lector es capaz de verlo, escucharlo y saber de su vida tanto como se sabe de un viejo desconocido (como diría la propia Hernández en alguna página).
Todo ocurre al ritmo a veces vertiginoso, a veces largo y tenso, de las grandes ciudades, y todo está contado por decenas de voces con decenas de matices e historias. Lo que no se dice es tan importante como lo que se grita ––si alguien es capaz de gritar en ese libro–, y bajo la aparente monotonía y casi resignación de los relatos bullen más cosas de las que hay entre el cielo y la tierra: las que hay en el interior de cada corazón humano.
Además de los relatos, el libro tiene un “bonus” especial: su unidad. Al terminar de leerlo, y sin que la autora haya abandonado jamás el género, uno tiene la impresión de haber leído algo mucho más grande, algo similar a una novela inmensa e imposible, con todo y que el libro es pequeño y puede despacharse con comodidad en un par de horas.
Claudia Hernández ha anunciado que tiene por lo menos tres libros terminados o en proceso de elaboración. Si continúa con la evolución que ha mostrado hasta el momento –y no hay motivo para dudarlo–, es probable que en unos años tengamos nuevas reformulaciones de un género que, desde Cortázar, ha mostrado pocas cosas nuevas e interesantes; hay varios reconocimientos internacionales que apuestan a eso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Su artículo fue como una clase sobre el cuento moderno: conciso y directo. En las cátedras que he recibido no recibí una exposición como la que usted presenta. Gracias, y con respecto a Claudia la estoy empezando a leer.