martes, noviembre 11, 2008

23 minutos

Ejercicio inédito. Escrito alrededor de 1990.




Cassette Sony UXS-60, sin caja.
Etiqueta lado A: Música suave. Tinta azul.
Etiqueta lado B: Música suave. Tinta azul.
Las lengüetas en la parte posterior del cassette están quebradas.
Lado A: Ocho piezas instrumentales en piano.
Lado B: Dos piezas instrumentales en piano. La segunda pieza se interrumpe a los dos minutos con treinta y cinco segundos. Después, chasquidos. Risas nerviosas.


(...) Me dijo que estaba loca, pero yo le dije que no era eso, que si no tenía imaginación. ¿Cuál es el chiste de inventarte tantas cosas?, me preguntó. Yo le dije que ninguno, y que además eso no se llamaba inventar. ¿Cómo se llama?, me preguntó. Qué te importa, le dije, y me puse a reírme. Él se enojó. Manuel, le dije, preguntas puras tonterías. Él no me dijo nada, porque así es, pero me repitió que estaba loca porque. (Voz al fondo: Violeta, ven a comer. Lávate las manos.) Voy, mamá. Lo que pasa es que está dolido conmigo, pero él se lo buscó.


(...) Hoy no me hicieron mucho caso, pero tampoco tenía ganas de ponerme muy complicada. Lo que pasa es que el vestido que me cosió mi mamá no daba para más. Pensé en subirle el dobladillo y ponerme unos ligueros, pero dónde conseguía unos ligueros, y a quién se le ocurre ponerse ligueros con un vestido de cuadritos. Así es que llegué y les dije: Hoy amanecí en un departamento de la Colonia del Valle, con un papá medio calvo que estaba comiendo huevos revueltos con jamón, una mamá gorda, y comí corn flakes con plátano. Agarré el camión enfrente de mi casa, el que dice Iztacala-Coyoacán, y tuve que tomar un pesero para llegar a la escuela. Eso no tiene chiste, dijo Mirta, y yo le dije: así amanecí hoy y ni modo. ¿Tenías hermanas?, me preguntó Manuel. Le dije que no, que era hija única. Cuando tengas una hermana me avisas, me dijo, y se metió al salón. Los otros se rieron y también se fueron, pero Mirta se quedó. Me preguntó que de qué voy a ir mañana y que si puede llevar a su novio para que me oiga, que a él le gusta inventarse historias, pero que las escribe porque quiere ser novelista. Lo de hoy no fue invento, le dije. Además nunca invento nada: así es. Pero le prometí que mañana voy a ir de algo muy padre para que su novio oiga y escriba por lo menos un cuento. Toda la noche voy a soñar con cosas interesantes para tener algo que contarle al novio de Mirta. A lo mejor me gusta. Lo malo es que tengo que leer no sé qué sobre la revolución. Me choca la historia. Mañana a lo mejor amanezco de soldadera.


(...) El novio de Mirta se llama Carlos. Me dio un papelito con su teléfono. Estoy a punto de llamarlo, pero no sé. No es que Manuel me siga gustando, porque después de lo que pasó ya no es lo mismo. Tampoco es que lo quiera. Si Mirta se entera que le hablé a su novio le da el infarto. No estaría mal para darle celos a Manuel, a lo mejor quiere volver conmigo, pero Mirta es mi amiga. Manuel es que no entiende que el sexo no es importante. Sí es importante, pero él es muy brusco, parece que me quiere romper. Lo que me gustó del novio de Mirta fueron sus ojos. No es que tengan nada de especial. Lo que pasa es que. Le voy a hablar, ya decidí. Lo dejé apantallado. Cuando ya estábamos todos les dije: Muchachos, hoy amanecí en una casa muy grande y muy vieja y llena de fotos de personas muertas. Así les dije. A todas esas personas las maté yo. ¿En la otra vida?, me preguntó Carlos, el novio de Mirta (digo, porque el otro Carlos no habla ni aunque lo agarren a patadas, el pobrecito). No, le dije, en esta vida. Hoy soy asesina. ¿Viuda negra?, me preguntó Carlos. Viuda negra, le dije. No se me había ocurrido lo de viuda negra, pero sonó bien. Les fui contando cómo eran los hombres de cada una de las fotos que están colgadas de las paredes de mi casa. Hay uno, les dije, que se llama Tomás. No me gustó su nombre y por eso lo maté. Una noche, cuando estaba dormido, lo amarré a los postes de la cama (porque tengo una cama con postes), le puse un trapo en la boca para que los vecinos no lo oyeran gritar y lo despellejé. Primero la piel de las piernas, después la del pecho y al final... ¿Qué le despellejaste al final?, me preguntó el vulgar de Manuel. La cara, le dije. Y así. Al último, les dije, lo maté de amor. ¿Cómo es eso?, me preguntó Mirta. Así nomás, de amor. Dos días y dos noches lo obligué a que me hiciera el amor, y cuando él ya no pudo yo se lo hice a él, hasta que empezó a sangrar por allí y se murió. ¿Por dónde?, me preguntó Manuel. Por allí. No quería ponerme roja y me puse. Manuel siempre hace que me ponga roja. Por suerte llegó el de matemáticas y ya no tuve que contestarle. Pero los apantallé. Cuando hablaba del último al que maté Carlos me miraba con la boca bien abierta. Entonces fue que Mirta se descuidó y él me dio su teléfono. Le voy a hablar.


(...) Mirta fue la primera que me preguntó de qué amanecí hoy. De mí misma, le dije. No quería hablar con ella. Carlos me iba a esperar atrás de la tienda para llevarme a la casa. Su papá le presta uno de sus coches. Y sí me esperó. Estaba como tímido, así es que le pregunté si. Ya se va a terminar el cassette. Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero. Menos uno. No se acabó. Empiezo otra vez. Diez. Nueve. Och.