lunes, noviembre 06, 2006

Las puertas

Del libro Terceras personas. UAM, colección Molinos de Viento, México, 1996, y Cénomane, Le Mans, 2005, en traducción de Thierry Davo.





¿Dónde están realmente los ciegos?
¿Dónde estamos nosotros, su terrible pesadilla?

J. M. Basil

La ciudad está como antes de que pasen los camiones de la basura, en la madrugada, cuando aún se duerme. Sin embargo anochece.

La ciega.

Aquí tampoco hay nadie... (Suenan seis campa­nadas.) Ya son las seis y no he comido nada. ¿Viejo? ¿Estás por allí, viejo? Anda, contesta. ¡Viejo! ¡Déjate de cosas o me voy a enojar! ¡Tú no te fuiste porque no tienes dónde ir! (Sale.) (Suenan seis campanadas.) (Entra.) Aquí tampoco hay nadie y no he comido. Ay, mis pies... (Se quita los zapatos y farfulla cualquier cosa.) Si no fuera por el hambre. (Se amasa los pies.) Mejor sigo buscando; debe haber alguien en algún lado. (Se pone los zapatos.) ¡Ey, ustedes, los de por aquí! ¡Salgan y ya déjense de bromas! ¡Viejo! ¿Viejo? Si supiera cómo se hace para mirar... ¡Una limosna por el amor de Dios! ¡Una limosna...! ¿Por qué se habrán ido? A nadie le importa si ya comí. Ese maldito viejo también se fue. Una limosnita por la salvación de su alma. Una limosni­ta para esta pobre ciega.
(Forcejea con dos puertas.)
Alguien que se apiade de esta pobre ciega.
¡Condenadas puertas, ninguna se abre!
¡Ábrete, puta! ¡Ábrete! ¡Puta! ¡Puta!
Nunca había dicho así... El viejo se va a enojar...
Putas... ¡Ey, putas! ¡Puertas putas! ¿Ya me oíste, viejo? ¡Dije puertas putas! ¡Viejo! ¡Una limosna por el amor de Dios!
Me dejó sola.
¡Me dejó sola...!
(Música de circo.)
¡Pasen y vean, señoras y señores, el espectáculo más grande del mundo! ¡Aquí los payasos haciendo sus gracias! ¡Allá los elefantes caminando en dos patas! ¡De aquel lado los acróbatas acompañados por las lindas señoritas! ¡Pasen y vean a los mabala... malala... balama... blamala...!
(Se corta la música.)
Nunca he estado en un circo.
Para qué, si no puedo ver todas las cosas que hay. El viejo dice que las mujeres del circo tienen el pelo amarillo... Debe ser así como rasposo... ¿Viejo? ¿Ya llegas­te
(Tantea una cerradura.)
Dicen que en el circo hay pulgas que bailan.
Una limosnita...
Para qué quieren que bailen, digo yo.
Una limosnita por el amor de Dios... Una limosni­ta... ¡Una limosnita! ¡Se abrió!
(Entra.)
¿Señora? ¿Está la señora de la casa? ¿No me darían una limosnita de comida? ¿Señor? ¿Y esto? Qué raro... Tiene forma de... (Lo tira, asqueada.) Tengo ham­bre. (Suenan seis campanadas.) Son las seis y no he comido. Siempre como a las tres. ¿Dónde estará la comi­da en esta cochina casa? (Enciende la radio casi por error. Suena una pieza instrumental.) ¡Hay música! ¡Eso quiere decir que no todos se fueron! (Tararea y sigue el ritmo; busca.) ¡Aquí sí debe haber comida! (Se acaba la música. La radio queda en silencio.) ¿Y ahora? A lo mejor se desconectó la radio... Sí, se desconectó... ¡Uf! ¡Esto apesta! (Trata de tragar. Escupe. Contiene las arcadas.) Debería darle vergüenza, señora; dejar que la comida se descomponga y huela tan feo. no ponga esa cara, ¿me oyó? Ji, ji. Es una vergüenza, no tiene otro nombre. (Risitas. Oye algo.) ¿Señora? ¿Es usted? Si hay alguien, que conteste. ¿Viejo? (Sale de la casa, tropezán­dose.)
Una limosnita por el amor de Dios. Una limosnita por la salvación de su alma.
Ya perdí la cuenta de cuándo se fue la gente. La gente no se va así porque así. Debe pasar algo grave, como un terremoto. Dejaron hasta los coches. (En la ventanilla de un coche:) ¿Señor? ¿Hay algún señor aquí? (Se dobla de hambre.) ¡Ay...! (Suenan seis campanadas.) Ya son las seis y no he comido.
(Saca su campanita de ciega.) Lo peor es que aquí nadie me va a ayudar a cruzar la calle. Pero si los carros están muertos... (Camina entre los coches, tocando la campanita.) No se muevan, malditos... No se muevan... No se muevan... ¿Y si cambia el semáforo? (Regresa corriendo.) Los semáforos deben ser horribles. Del otro lado está mi casa, pero no tengo nada para comer. ¿Y si viene alguien y me ayuda a cruzar? (Esconde la campa­nita.)
Lo peor es que nadie me da limosna. Pero tampo­co hay qué comprar.
Cuando era pequeña el viejo me decía que yo tenía cara bonita, como de artista. Después ya nunca me dijo. Si le hubiera abierto la puerta él estaría conmigo.
(Suena un teléfono.)
¡Hay gente! ¡Sí queda gente!
¡Abra, señor, por favor! ¡Le digo que abra! ¡Contes­te el teléfono, que le están hablando! ¡Abra! ¡Ábrame, por el amor de Dios! (Deja de sonar el teléfono.) ¡Ábrame! ¡Señor, por Dios...! ¡Señor...!
Tengo hambre. (Suenan seis campanadas.) Ya son las seis y no he comido nada. (Se sienta.) No debí pelear­me con el viejo, pero él me obligó. Las cosas son como son, y ni modo que le abriera la puerta. Y menos borra­cho.
Cuando era niña me decía que tenía piernas de bailarina. El sí sabe cómo son las piernas de las bailari­nas. (Vals. Sigue el ritmo con la cabeza. Con las manos. Con el cuerpo.) El me enseñó a bailar sin moverme de mi lugar. Aflójate y siente la música, me decía... (Baila.) Las luces... Los ojos que me miran... Los ojos viéndome a mí... a mí... a mí... (Cesa la música. Baila y tararea. Choca contra una puerta.) Está cerrada. (Camina.)
Deben ser bonitas las piernas de las bailarinas. (Tropieza sin caer. Sale. Se apaga la luz. Suena su cam­panita de ciega.)
Una limosnita por el amor de Dios... Una limosnita por la salvación de su alma... Una caridad para esta pobre ciega...
Hola, viejo... Una limosnita por la caridad... Sabía que te iba a encontrar, como cuando jugábamos a las escondidas... Una caridad... No te oigo... Una caridad... Habla más fuerte... (Suenan seis campanadas.) Son las seis y no he comido, viejo... Sí, ya te perdoné... ¿Eh? ¿Vie­jo? Habla más fuerte, que no te oigo... Más fuerte, te digo... ¿Dónde se fueron todos? Ah... Te estuve buscan­do... No; todas las puertas están cerradas, menos una... Una limosnita por la salvación de su alma...
(Se enciende la luz. La ciega camina, desfallecida.)
Dime otra vez como me decías antes... Anda... Cuéntame de las muchachas de pelo amarillo... Estás muy frío, viejo; mejor no me toques... ¿Dónde se fueron todos, entonces? Anda, dime como me decías antes... ¡Ah...! (Se oye un teléfono.) ¿Oyes? Nos están hablando... Estás muy frío, no... ¡¡Estás muy frío!! (Va cayendo al suelo, sentada. Llora.) Estás muy frío... Estás muy frío... Estás muy frío... Frío...
Una limosnita por el amor de Dios. Una limosnita para esta pobre ciega. Una limosnita por la salvación de su alma.
(Sigue sonando el teléfono. Fade‑in: ruido de automóviles y conversaciones de calle. Música de circo.)

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